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Maestra Lorenza.

 Maestra Lorenza

Mi cuarto grado de Primaria, señores lectores, fue un verdadero Calvario!.
Pero tambien fué… mi mayor fuente de infomación; la base de mi educación escolar.
Recuerdo muy bien esa rutina diaria.
Frente a la humilde aula de clases, en aquella antigua escuelita de mis recuerdos, cada mañana antes de nuestra primera clase, en fila india y con un metro exacto de distancia, estábamos ahí: 25 niños , desde las 07:30 a las 08:00 de la mañana, transpirando bajo el sol tropical de la época.
Nuestros nombres y apellidos eran gritados, sin equivocarse, por la voz chillona de la» Señorita Lorenza», quien más parecía Coronel de Brigada de Infantería, pasando lista , que nuestra Maestra!.
Uno por uno éramos llamados un paso adelante, para nuestra revisión diaria.
El uniforme debía estar impecable, limpio y debidamente planchado
!Oh Dios , No llevar el uniforme era un delito capital!.
El cabello era meticulosamente inspeccionado hebra por hebra, para descartar que hubiesen piojos, liendres, chinches, telepates, u otros insectos, nocivos para la salud.
Ella, mi recordada maestra, se cercioraba que nuestras uñas ,( que según ella escondían desde tierra, hasta dinero) estubieran siempre completamente limpias.
Los oídos no debían estar llenos de cerumen, porque eso no nos dejaba escuchar su clase.
El bendito y terrorífico interrogatorio de cada mañana: «Fulanito, te bañaste el día de hoy?», nos hacía temblar.
El temor iba creciendo cuando llegaba a los bolsillos, que era el verdadero escondite de nuestros mas caros tesoros.
Siempre nos eran decomisados: trompos, yo-yos, canicas, saltacuerdas, los bolígrafos de nuestros compañeros, chicles, yeso y algunas veces la cartera que la maestra había perdido hacía semanas!.
Los zapatos, oh señor mío! los zapatos debían estar bien lustrados, porque según ella: «Revelaban nuestra verdadera personalidad»; pero para nosotros solo era el pasaje secreto, donde habitaban los hongos, mazamorras, pie de atleta y asimismo el escondrijo del dinero de nuestros padres y por supuesto el infaltable olor a queso podrido, con tamarindo y copinoles, que era » tan nuestro» y nos avergonzaba compartirlo con los demás!.

El último paso y el más temido por todos era LA REVISION DE LOS DIENTES!, eso nos daba un sentimiento extraño, como prisioneros de un campo de concentración de la segunda guerra mundial! .
Ella , la señorita Lorenza, tenía la capacidad de describir en nuestra dentición de leche con lujo de detalles , el tipo de comida que habíamos ingerido toda la semana!; si teníamos caries, si no habíamos desayunado o estábamos al borde del desmayo, hasta descubrir en nuestro aliento si sufriamos diabetes!.
Creo que hubiera sido el mejor médico general o dentista de su época.
Era increíble su habilidad, para descubrir en el aliento, nuestros más intimos secretos digestivos!.
Bajaba sus lentes oscuros, que colgaban entre la punta de su naríz, y el principio del labio superior, donde lucía su bigote de mujer; y casi metía su cabeza en nuestras pequeñas bocas!.
Con una linterna en su mano, examinaba nuestras amígdalas y daba su diagnóstico exacto: Amigdalitis, Bocio, Caries, Paperas, Desnutrición, Anemia, Apendicitis, sin equivocarse.
Sabía también si ese día , habíamos mentido o dicho palabras obcenas.
Ah! tiempos aquellos, cuando el mayor tormento para mí era la clase de matemáticas.
A mis escasos nueve años, llegue a odiar esa materia.
Mi maestra decía que las matemáticas eran la llave del éxito, que debía ser mi aliada.
Para mi era, mi más acérrima enemiga.
Cada día frente a la clase entera, debíamos repetir las tablas de multiplicar, hasta saberlas de memoria y hay de tí si no las habías aprendido!.
El metro de madera en su mano, tenía un uso muy especial; más que un instrumento de medidas, era un instrumento de castigo!.
Fueron tantas las veces que me ví frente a la clase entera, con mis manos alzadas sosteniendo un pupitre en mi cabeza, como castigo; soportando la burla de mis compañeros de clase, hasta aprender las tablas de multiplicar!.
Esa maestra, mi señorita Maestra, a quien nunca logré entender, ni olvidar; era una anciana de 70 años de edad, educada en su famosa » Escuela Normal de Señoritas en la Capital».
Siempre vestía impecable, con su moño en su cabeza y sus largos vestidos coloridos.
Esas pantimedias que escondían las venas y várices de sus piernas débiles y flacas, provocadas por estar de pie, frente a cientos de generaciones de alumnos.
Su piel morena, contrastaba terriblemente con su cabello totalmente blanco.
Tenía la visión tan aguda, como la de un águila.
Sabía de memoria el nombre de todos los alumnos que pasamos por su aula de clases cada año.
Ella más que mi maestra, parecía la bruja salida de mi libro de cuentos fantásticos, con un peculiar lunar en su puntiaguda nariz.
En mi resentimiento de niño, siempre pensé en el regalo ideal para ella, en el día del maestro: » UNA ESCOBA «.
Si señores, ella era una bruja, pero una bruja de las Matemáticas y de las Ciencias!.
Con los años, lo que nunca parecía desgastado era su voz, su temperamento y su memoria.
Ah! pero que sabia era mi maestra Lorenza, no había tema de su época, que no manejara con lujo de destreza: Música, Letras, Matemáticas, Historia etc.
Ella era un santuario del conocimiento, una Biblioteca andante.
Una enciclopedia viviente!.
Era brillante, era buena, a pesar de su aspecto.
Ella nació con el siglo, donde el tiempo y la sabiduría se unen.
No estoy seguro si ella alguna vez fue niña, creo que nació siendo adulta.
Con el paso de los años, aprendí a quererla y a respetarla.
Esta insigne señora trabajó hasta los 85 años de edad, para el bien de los niños, sus amados niños.
Nunca se casó, nunca tuvo tiempo para ser madre de sus propios hijos; pero dejó un legado de profesionales , de jóvenes amantes de la lectura , del progreso y la cultura.
Ella fue una lumbrera en mi camino.
Ella dejó un preciado legado en la juventud de mi época, en sus ex- alumnos que hasta el día de hoy estoy segura, todos cumplimos al pie de la letra.
Te parecerá risible pero aun nos autocultivamos, nos culturizamos.
Nos cepillamos tres veces al día y antes de acostarnos; tambien nos bañamos todos los días y como un ritual, limpiamos y recortamos nuestras uñas.
Somos padres que tenemos hijos que aman las Matemáticas y saben las tablas de multiplicar de memoria ; hijos que no tienen cerumen en sus oídos para escuchar las necesidades de los demás.
El nombre de mi maestra, tan antiguo como el tiempo, me perseguirá siempre.
Crecí, maduré y no le guardo resentimiento; ya no la culpo, sé que era la metodología de su época, sé que quería el bien para todos sus niños, sus alumos; aunque quizá en ese momento no lo entendimos.
Hoy que veo mi pasado, reverencio a esta noble señora y sé que ella forjó para mi destino, el mejor tesoro: » La Enseñanza».
Aún puedo repetir una por una , las tablas de multiplicar; he triunfado, fuí disciplinado.
A ella , a mi maestra, que se fué con el siglo, dedico este humilde cuento.
Descansa en paz, Mi querida Maestra Lorenza!.

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Caruso. Una historia de un perro amor.

CARUSO: UNA HISTORIA DE UN PERRO AMOR                                                                                  No creo que Caruso sea el nombre adecuado para un perro; más así se llama el personaje o mejor dicho el animalaje de mi historia. No era un perro hermoso físicamente; más bien era un perro callejero, pulgoso y hasta un poco feo. Recuerdo su cara larga y triste, con unos pocos dientes en su vieja boca. Su poco pelajeamarillo y negro, simulaba a un tigrillo en extinción. Siempre me llamaron la atención, esos grandes ojos profundos color miel, como si quisieran decirme algo. Rafael Pacheco, el borrachito más famoso del pueblo; lo recogió en la calle una noche de frío invierno y lo llevó a su descuidado rancho; y jamás se separó de él. Parecía que se habia establecido entre hombre y perro un vínculo de eterna amistad y gratitud con la promesa: «Hasta que la muerte nos separe».Aquel noble perro, acompañaba a Rafael cada paso quedaba, era su perro guardián. Era su perro amigo y fiel, con quien compartía la pobreza y la abundancia. «Rafa», comole llamaban cariñosamente sus amigos de parranda; era un hombre «pobre, pero trabajador», según se describía él;pero a veces tomaba sus largas vacaciones alegando folosóficamente: «Que el trabajo era su peor enemigo y que Dios lo dejó como castigo». Permanecía semanas completas, en la acera de aquella famosa cantina del pueblo, ingiriendo licor sin parar; «Fondeado en su vicio», en aquellas interminables «Zumbas», que concluían con aquel»Delirius Tremens», visitando frecuentemente el Hospital, al final de esas merecidas vacaciones. Mientras tanto, Carusopermanecía a su lado, sin pronunciar palabra, sin jamás renegar; lo cuidaba de cualquier atrevido que quisiera acercársele; no dormía aquel perro, no comía; estaba ahí no importando el frío, o el hambre, sin reclamar nada a cambio.

 Al regresar el hombre a sus labores diarias, el perro estaba ahí, junto a él, moviendo alegremente su cola;dispuesto a acompañarle donde fuera, a cortar café, algodón, caña de azúcar, oficios en que era experto Rafael.Dicen que jamás hubo un gesto de reclamo, de desprecio, de protesta, de parte de aquel perro. Lamía las heridas de su amo con compasión, mientras esperaba muchas veces la hora de aquella lejana comida, que no parecía llegar.Cierto día Rafael enfermó, aquel animalito lo cuidó, permaneció fiel a su lado; si salía a la calle era para sus necesidades fisiológicas o para cazar conejos, aves, liebres, tacuazines, los cuales llevaba a las vecinas, cargándolos en su hocico, para que los cocinaran para su amo, tratando de explicar la situación, con ladridos desesperados. Cuando Rafael se levantaba, también Caruso parecía feliz, visitaba al vecindario, moviendo su cola alegremente y abriendo su hocico, casi sonreía , mostrando su húmeda lengua, como gesto de agradecimiento. Un trágico día de tantos, Rafael en sus grandes tomatas y crudas, bebió aquel alcohol etílico, que lo llevó hasta el Hospital. Caruso aquel perro viejo, recorrió cientos de kilómetros, tras la ambulancia que conducía a Rafael. Llegó cansado con la lengua de fuera, las pezuñas en el suelo y la cola entre las patas. Esperó cerca del Nosocomio, día y noche mientras Rafa se recuperaba. Pero Rafael agonizaba desesperadamente.! Caruso arañaba las paredes frías, tratando de alcanzar la ventana del cuarto que era testigo del sufrimiento de su amo. Más una noche fría y oscura, sin luna, la muerte rondaba el lugar. Carusoempezó a aullar desesperadamente. Rafael no ganó la batalla, su hígado y su estómago no resistieron la cruel intoxicación. La procesión fúnebre recorrió las empedradas calles del pueblo de Rafael. Aunque usted amigo lector no lo crea, ahí iba Caruso entre la multitud. Los sentimientos parecían aflorar en su triste mirada de animal. Aquel noble perro, había enflaquecido tanto, tanto, que sus patas se cruzaban débilmente, su piel se pegaba a sus huesos, dándole un aspecto esquelético lamentable. Llegó el cortejo fúnebre, hasta el descuidado cementerio local. La lluvia empezó a caer, eran las tres de la tarde. Los sepultureros apurados introdujeron el sencillo ataúd de madera en la fosa de seis pies de profundidad. La tierra húmeda y piedras cayó precipitadamente sobre el cajón, haciendo un ruido ensordecedor. La tormenta continuó. Las viejas rezadoras dejaron a la mitad sus cantos y plegarias, y abrazándose se despidieron. Cada quien corrió a su refugio. Los sepultureros, profesionales del mismo ramo que Rafa, corrieron rápidamente a su segunda casa: «La cantina» , a consolar su pena, su sentimiento de pérdida, no olvidándose de aconsejarse que no volverían a tomar alcohol. Todos se fueron. Solo quedó ahí Caruso, acompañando a su amo; con los ojos húmedos y tristes,echado sobre la tumba. No importaba la lluvia, la soledad, la oscuridad de la noche!. Se le oyó aullar de dolor toda esa noche y las noches que siguieron. Un día lo encontraron sin vida, semienterrado en el mismo lugar donde yacía su amo.No se separó de aquel lugar. El encargado del Cementerio lo sepultó en la misma fosa de Rafael. !He aquí señores lectores una historia real de uno de esos amores perros que se dan en la vida!.